En un instante Lorenzo despertó de ese sueño tan agradable
que estaba teniendo. Se preguntó si el mundo había cambiado mientras dormía, y
tras ver por su ventana los árboles amarillos del otoño, se respondió que
sí. Efectivamente, el mundo era
distinto, y jamás volvería a ser el mismo, ese que había sido la noche
anterior. Y aunque eso era obvio e
inevitable, la sola idea de qué todo estuviera cambiando lo deprimió. Una
tristeza que se originaba en ese hoyo negro que tenía en corazón.
“A veces quisiera dormir todo el tiempo” Me dijo una vez,
“Sabes, no tiene caso estar despierto si no tienes nada que hacer. Cada mañana,
cada tarde, cada madrugada. Es todo igual. Es más de lo mismo. Y lo mismo, y lo
mismo.” Sus palabras están grabadas en mi mente, a pesar de que van cambiando
de significado, como el mundo. “Si
tuviera algo de valor terminaría con todo esto, sabes.” “¿Terminar con qué?” le
pregunté. “Conmigo.” Lo miré para ver si bromeaba, y para hacerlo notar lo estúpido
que sonaba, y creyó que no entendí a qué se refería. “Con mi vida, desde
luego.” Su tono, aunque sereno, era parco. “¿Lo dices en serio? ¿O me estás
jodiendo?” El comenzó a reir, y de a pocos su risa se transformó en llanto.
Qué iba a hacer, en un instante Lorenzo despertó de ese
sueño tan agradable que estaba teniendo toda su vida. Qué iba a hacer, si a mi
tampoco me agradaba la idea. No supe que decirle, y a veces me pregunto si de
haberle dicho algo las cosas hubieran cambiado. Pero, qué son las palabras
después de todo. No lo sé. No lo sé.
“A veces quisiera dormir todo el tiempo” Me dijo una vez. Yo
también.