Miguel despertó ese día y supo que iba a matarse. Pero no había pensado en la idea anteriormente así que comenzó a maquinar un plan. Tomo una ducha, se afeitó, se vistió, y preparó el desayuno. Cuando terminó sus tostadas la tuvo: Se pondría su mejor traje, pelaría una piña y tras escribir su nombre en ella saltaría a las 11:54 del edificio más alto que encontrase. Aparentemente el suicidio parecería una locura, sin embargo, Miguel lo había pensado todo. Vestiría su mejor traje, porque a los 13 años le había prometido a su novia que el día de su muerte estaría elegante. Pelaría una piña, porque su bisabuelo tuvo un fundo de piñas y porque su padre, un amante de las plantas, le dijo que era quizás la fruta con más nutrientes para el organismo. Y, de todas formas, si es que de acuerdo al abecedario se le asignara un número a cada letra que compone la palabra piña y se las sumara todas, al, a su vez, sumarla con la resultante de la misma operación en su nombre, y, dividirlo entre 5, se obtenía la edad que el tenía: 22 años. [1] Saltaría a las 11:54, porque nació a esa hora. Y, saltaría de un edificio, porque siempre lo había fascinado la urbanística y porque, en lo más profundo de su corazón estaba el deseo de sentir mucha adrenalina. Así es, cada detalle significaba mucho para Miguel. Debía ser el suicidio perfecto.
Las razones que motivaron a Miguel fueron muchas. Quizás tantas, que lo mejor sería atribuirle la responsabilidad a un sueño que tuvo la noche anterior. Soñó, que estando en el útero de su madre, antes de nacer, un hombre la apuñalaba y la dejaba abandonada en el pavimento, ya muerta. Y los fluidos que lo contenían se iban enfriando, poco a poco, y no tardaban en descomponerse. Pronto, al estar la carne podrida, logro ver la luz. La luz que se abría paso y lo bañaba. Supo entonces, que ese era un llamado.
Salió ya listo, y se fue al supermercado. La busco por mucho tiempo, pero la encontró. Una de esas piñas nacionales, toscas y acidas. Compro también un marcador a prueba de agua y finalmente una navaja. Ahora buscaría el edificio.
Él sabía que el más alto de la ciudad era el centro cívico. Sin embargo hacia un año habían comenzado la construcción de uno que prometía superarlo, y debía estar seguro. Le consultaría a un colega suyo. Una vez en su oficina, la secretaria no despegó la vista de su paquete, que era de un tamaño mayor al promedio.[2] Cuando estuvo libre, lo llamó su colega. Sin duda, preguntó por la piña. –Ya sabes cómo soy- Le dijo Miguel. Y tras conversar un momento, descubrió que la construcción incompleta había superado la altura del centro cívico un par de meses atrás. Supo que eso no era para nada bueno: la gente trabajaba en ese edificio también por las noches. – ¿Crees que pueda entrar?- Preguntó. – ¿Acaso quieres verlo?- No podía sospechar nada, se lo pediría de una manera discreta: -Así es. Y necesito ir a verlo hoy. – Su colega, lo miró algo incrédulo. Bromeó: – ¿Eres acaso alguna clase de terrorista?- Miguel pensó un momento que si la gente se aterraría al ver el cadáver de un suicida, pues lo era. –Eso se sabrá mañana-. –Eres muy cómico. Y bastante extraño. Pero descuida Miguelito, les diré a mis hombres que iras a ver la obra esta noche. Lleva tus documentos, ¿sí?-. –Eso hare, camarada. Gracias.-. Se levantó y cuando se disponía a dejar la habitación escuchó la voz de su amigo: -Y no hagas muchos destrozos.- Lo miró con una sonrisa. –No lo haré -.
Ya oscurecía. La sed lo obligo a detenerse en un restaurante. Estaba abarrotado, y él sabía perfectamente que el calor humano podría hacerlo desistir. Así que tomó su bebida rápidamente, pagó por ella y salió. La moza que lo había atendido lo detuvo. –Ha olvidado su cambió señor. – Era una adolecente, muy bella y de labios muy finos. -¿Cómo es que dices?-. La joven, vocalizó nuevamente las mismas palabras, Miguel miro fijamente su boca: - Ha olvidado su cambio señor.-. “Que hermosos labios” Pensó. –Puedes quedarte con el si quieres.-. La joven sonrió. Quizás malinterpretó la situación. Le dijo: -Muchas gracias, soy Lucía-. –Yo soy…- Sintió que no debía hacerlo: -… Yo ya me iba.- La joven echó unas carcajadas. –¿Y esa piña?-. –Me gustan mucho las piñas. Me voy a mi casa a comerla.-. La joven se sonrojó: -Mi turno termina en diez minutos. Si me espera un momento podríamos ir a comerla juntos.-. Miguel sintió un malestar muy dentro suyo. –Perdona, pero es algo que debo hacer solo.- La joven se despidió y volvió al restaurante.
Caminó hacia la construcción. Ya estando cerca, quiso sentarse en una banca. Estaba oscuro y ya podía verse la primera estrella en el cielo. Se quedó mirándola por un momento. El malestar empeoró. –Esa no es una estrella, es Venus- Le dijo un anciano que se paró a su lado. Perturbado contesto: -¿En serio?-. –Así es hijo mío.-. –Gracias, no lo sabía..-. –Es muy hermosa, ¿No es así?-. –Sin duda.-. –Cuando mi esposa murió, solía venir y sentarme en esta banca para verla.-. Quiso detener la conversación e irse, pero, las palabras se le escaparon de la boca: -¿Y ya no la ve?-. –Es que, a pesar de que soy viejo, comprendí que la vida continúa... Mira hijo, sea lo que sea que te ocurra, no te preocupes. Ya te sentirás mejor.-. –Y, ¿Cómo sabe que me ocurre algo?-. –Tienes el rostro muy triste.- Era cierto, su rostro mostraba lo que sentía. Pero no era tristeza, era algo más profundo. Un coctel de nervios, nostalgia, rabia y tristeza. No podía continuar conversando. No le dijo nada más, se paro y prosiguió su marcha.
Llegó a la construcción y tras identificarse, entró. Estaba llena de obreros. Para suerte suya, estaban concentrados en los acabados y habían dejado desiertos los últimos pisos. Tomó el ascensor hasta la azotea y al abrirse las puertas pudo sentir la fuerza del viento. Se asomó al borde. Eran por lo menos 50 pisos. Se sentó. Dejó a un lado la piña y saco la navaja. Pero antes de comenzar a pelarla miró su reloj. Aún tenía tiempo de sobra. Pelaría la piña con las manos.
Le tomó bastante, y le dejó las uñas ensangrentadas, pero, había terminado. Ya casi era hora, así que sacó el bolígrafo y escribió sobre la piña. La puso al lado izquierdo de sus pies. Miró su reloj: Eran las 11:53. Se paró, cerró los ojos. Lo único en lo que podía pensar eran los labios de aquella chica. Respiró profundamente, puso un pie en el aire y con el otro se impulso. Dejó los pensamientos, y disfrutó de lo frio que estaba el aire. Del aire, fluyendo por su ropa. Del aire, que sería el ultimo que respirase. E impactó con el piso.
Las personas trabajando ahí, trataron de ayudarlo. Llamarón a un medico. Pero el, ya estaba muerto. Cuando la policía encontró su piña, leyeron lo que había escrito. Resulto que no era su nombre, había cambiado de parecer a último momento. Escribió: “No quiero morir”. Ahora sí era el suicidio perfecto.
[1] En el idioma español se tienen 27 letras, incluyendo la letra “Ñ”
[2] No es de vital importancia saberlo, pero la cosecha de piñas había sido muy buena ese año.
Las razones que motivaron a Miguel fueron muchas. Quizás tantas, que lo mejor sería atribuirle la responsabilidad a un sueño que tuvo la noche anterior. Soñó, que estando en el útero de su madre, antes de nacer, un hombre la apuñalaba y la dejaba abandonada en el pavimento, ya muerta. Y los fluidos que lo contenían se iban enfriando, poco a poco, y no tardaban en descomponerse. Pronto, al estar la carne podrida, logro ver la luz. La luz que se abría paso y lo bañaba. Supo entonces, que ese era un llamado.
Salió ya listo, y se fue al supermercado. La busco por mucho tiempo, pero la encontró. Una de esas piñas nacionales, toscas y acidas. Compro también un marcador a prueba de agua y finalmente una navaja. Ahora buscaría el edificio.
Él sabía que el más alto de la ciudad era el centro cívico. Sin embargo hacia un año habían comenzado la construcción de uno que prometía superarlo, y debía estar seguro. Le consultaría a un colega suyo. Una vez en su oficina, la secretaria no despegó la vista de su paquete, que era de un tamaño mayor al promedio.[2] Cuando estuvo libre, lo llamó su colega. Sin duda, preguntó por la piña. –Ya sabes cómo soy- Le dijo Miguel. Y tras conversar un momento, descubrió que la construcción incompleta había superado la altura del centro cívico un par de meses atrás. Supo que eso no era para nada bueno: la gente trabajaba en ese edificio también por las noches. – ¿Crees que pueda entrar?- Preguntó. – ¿Acaso quieres verlo?- No podía sospechar nada, se lo pediría de una manera discreta: -Así es. Y necesito ir a verlo hoy. – Su colega, lo miró algo incrédulo. Bromeó: – ¿Eres acaso alguna clase de terrorista?- Miguel pensó un momento que si la gente se aterraría al ver el cadáver de un suicida, pues lo era. –Eso se sabrá mañana-. –Eres muy cómico. Y bastante extraño. Pero descuida Miguelito, les diré a mis hombres que iras a ver la obra esta noche. Lleva tus documentos, ¿sí?-. –Eso hare, camarada. Gracias.-. Se levantó y cuando se disponía a dejar la habitación escuchó la voz de su amigo: -Y no hagas muchos destrozos.- Lo miró con una sonrisa. –No lo haré -.
Ya oscurecía. La sed lo obligo a detenerse en un restaurante. Estaba abarrotado, y él sabía perfectamente que el calor humano podría hacerlo desistir. Así que tomó su bebida rápidamente, pagó por ella y salió. La moza que lo había atendido lo detuvo. –Ha olvidado su cambió señor. – Era una adolecente, muy bella y de labios muy finos. -¿Cómo es que dices?-. La joven, vocalizó nuevamente las mismas palabras, Miguel miro fijamente su boca: - Ha olvidado su cambio señor.-. “Que hermosos labios” Pensó. –Puedes quedarte con el si quieres.-. La joven sonrió. Quizás malinterpretó la situación. Le dijo: -Muchas gracias, soy Lucía-. –Yo soy…- Sintió que no debía hacerlo: -… Yo ya me iba.- La joven echó unas carcajadas. –¿Y esa piña?-. –Me gustan mucho las piñas. Me voy a mi casa a comerla.-. La joven se sonrojó: -Mi turno termina en diez minutos. Si me espera un momento podríamos ir a comerla juntos.-. Miguel sintió un malestar muy dentro suyo. –Perdona, pero es algo que debo hacer solo.- La joven se despidió y volvió al restaurante.
Caminó hacia la construcción. Ya estando cerca, quiso sentarse en una banca. Estaba oscuro y ya podía verse la primera estrella en el cielo. Se quedó mirándola por un momento. El malestar empeoró. –Esa no es una estrella, es Venus- Le dijo un anciano que se paró a su lado. Perturbado contesto: -¿En serio?-. –Así es hijo mío.-. –Gracias, no lo sabía..-. –Es muy hermosa, ¿No es así?-. –Sin duda.-. –Cuando mi esposa murió, solía venir y sentarme en esta banca para verla.-. Quiso detener la conversación e irse, pero, las palabras se le escaparon de la boca: -¿Y ya no la ve?-. –Es que, a pesar de que soy viejo, comprendí que la vida continúa... Mira hijo, sea lo que sea que te ocurra, no te preocupes. Ya te sentirás mejor.-. –Y, ¿Cómo sabe que me ocurre algo?-. –Tienes el rostro muy triste.- Era cierto, su rostro mostraba lo que sentía. Pero no era tristeza, era algo más profundo. Un coctel de nervios, nostalgia, rabia y tristeza. No podía continuar conversando. No le dijo nada más, se paro y prosiguió su marcha.
Llegó a la construcción y tras identificarse, entró. Estaba llena de obreros. Para suerte suya, estaban concentrados en los acabados y habían dejado desiertos los últimos pisos. Tomó el ascensor hasta la azotea y al abrirse las puertas pudo sentir la fuerza del viento. Se asomó al borde. Eran por lo menos 50 pisos. Se sentó. Dejó a un lado la piña y saco la navaja. Pero antes de comenzar a pelarla miró su reloj. Aún tenía tiempo de sobra. Pelaría la piña con las manos.
Le tomó bastante, y le dejó las uñas ensangrentadas, pero, había terminado. Ya casi era hora, así que sacó el bolígrafo y escribió sobre la piña. La puso al lado izquierdo de sus pies. Miró su reloj: Eran las 11:53. Se paró, cerró los ojos. Lo único en lo que podía pensar eran los labios de aquella chica. Respiró profundamente, puso un pie en el aire y con el otro se impulso. Dejó los pensamientos, y disfrutó de lo frio que estaba el aire. Del aire, fluyendo por su ropa. Del aire, que sería el ultimo que respirase. E impactó con el piso.
Las personas trabajando ahí, trataron de ayudarlo. Llamarón a un medico. Pero el, ya estaba muerto. Cuando la policía encontró su piña, leyeron lo que había escrito. Resulto que no era su nombre, había cambiado de parecer a último momento. Escribió: “No quiero morir”. Ahora sí era el suicidio perfecto.
[1] En el idioma español se tienen 27 letras, incluyendo la letra “Ñ”
[2] No es de vital importancia saberlo, pero la cosecha de piñas había sido muy buena ese año.
Cuento Ganador de la categoria CUENTO de los XII Juegos Florales de la Universidad Ricardo Palma
3 comentarios:
Es un cuento sublime colega.
No es una exageración aduladora. Es sublime porque es una de esas historias límite, que nos enfrentan a los temas más difíciles: la mortandad y el sentido de existir.
Es comprensible que siendo quizás tu mejor relato no haya habido reacciones como con otros cuentos tuyos más "morbosos". En realidad todos los humanos estamos cagados, condenados a una existencia absurda donde la erosión del tiempo, el vacío, los sufrimientos que no son atribuibles a nada objetivo -a lo que hay que sumar que el vivir en sí suele ser muy difícil- siempre están ahí, consumiéndonos. Todos nos llegamos a dar cuenta alguna vez, pero algunos lo hacen más seguido y afrontan la increíble angustia que produce con valentía, con masoquismo metafísico. Toman el toro por las astas y expresan esa lucha -que suponemos perdida de antemano- en sus creaciones.
La gente atribuirá la conducta de Miguel a una nihilismo autodestructivo, "tan joven y tan bien le iba y de la nada se mató" seguro dirán. Pero, que no tuviese señales exteriores de sufrimiento no significa que una atroz lucidez sobre la insignificancia de existir pudiese haberlo sacudido hasta un punto de no retorno. Y que se matase a los 22.... 10 o 20 años más o menos pero igual todos acabaremos igual, ¿es preferible consumirse hasta agonizar hecho un guiñapo lamentable? El tiempo es inevitable, pero hasta cierto punto también negativo. Al menos se fue con la plenitud de sus fuerzas.... y tal vez no fue tan malo después de todo.
No seguiré poniéndole los pelos de punta a algún lector incauto. Sólo quiero felicitarte por el esfuerzo hecho y por la habilidad con que conseguiste plasmarlo, de un modo que realmente da ganas de leer lo que tienes que decir ahí.
Mucha suerte. Sigue poniéndote a prueba y renovando tu creatividad, que a algunos parece que es una de las pocas cosas que nos mantiene vivos. !Y no olvides comentar los cuentos de mi blog!
esta vez no comentare sobre lo q escribiste
eres un chico xtraño hay algo en ti k siempre hace q te mire no es q m gustes sino q tienes algo parecido a unos de mis personajes favoritos de mi niñez
tienes algo del principito
es inevitable
Tranquilo ps principito xD
Pero ¿es un nihilismo autodestructivo? ¿una decisión de escapar a la terrible decadencia de la vida en la vejez? ¿o acaso no es una lucidez plena sobre el valor de la existencia para la reconstrucción de una nueva a ser realizada en un solo acto? ¿es acaso la liberación de una vida atrapada en la existencia y sin sentido dentro de una sociedad igualadora en la que un ser tan peculiar no puede encontrar lugar? ¿es acaso la consumación plena de un nuevo significado recreado a partir de la decisión de liberartad tan humana? ¿es acaso que una existencia plena tan solo es realizada cuando el fin último es la misma muerte, cuando el mismo acto otorgador de sentido es el mismo final? ¿no es esta la única forma de llevar a plenitud la condición esencial del ser humano en su unicidad y autenticidad? ¿pero entonces es que la animalidad nos hace perder el rumbo de la humanidad y su realización, el placer de vivir, de comer, de copular, el miedo, el temor; sentimientos tan animales logrados en miles de años de evolución para que seamos lo que somos sin serlo realmente? ¿acaso no es este suicidio la verdadera muestra de la humanidad en su fusión de unicidad y animalidad? ¿acaso un significado pleno, otorgante de unicidad; performado en la muerte misma, llena de temor y otorgante de animalidad; configuradores de la plenitud ontológica de la humanidad no es realmente el suicidio perfecto?
Parece que lo es, pero juguemos a la diferencia y quedemonos en el quizás
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